Antes de empezar este artículo, debo empezar haciendo hincapié en mi absoluta falta de devoción por las series españolas de los últimos años. Allá por octubre de 2010 sentada con cara de tonta en mi sofá, tras el final de El Internado, me juré y perjuré que no volvería a caer en semejante trampa mortal y que si una serie no me convencía la dejaría aún sin conocer el final. Pero sobre todo me prometí que no me tragaría más bodrios de producción nacional. Y hasta ahora, salvo honrosísimas excepciones de gran nivel como Crematorio, lo he cumplido.
No me considero una de esas personas que odian todo lo que se hace en su país por el mero hecho de ser de aquí. La verdad es que, señores, en España, se ha hecho mucha mierda.
Yo me crié con farmacia de guardia, turno de oficio o verano azul. Y sí, también con Al salir de clase, que al menos ha terminado siendo una espectacular cantera de actores. Pero las series que se han hecho en la actualidad solo me despertaban sentimientos de bien indiferencia, bien horror. Incluso intentos como El Principe de hacer algo un poquito mejor, simplemente no me convencían. No eran para mí. Deje de intentarlo. Perdí la fe.
Por eso cuando montones de voces corearon al unísono a El ministerio del tiempo como una gran serie, tarde 4 días en ver su estreno. Pero todos tenemos nuestros bloggers y periodistas de referencia y cuando ellos también alabaron la serie decidí darle una oportunidad. La última.
Y mereció la pena.
¿Qué es el Ministerio del tiempo?
Es una serie de ciencia ficción, aventuras y humor, en el que una patrulla de funcionarios seleccionados en distintos momentos de la historia de España, viajan al pasado pasado resolver problemas que podrían llegar a nuestros días. Los viajes no son a través de una máquina sino de unas puertas, escondidas hasta el siglo XV, que bajan en espiral hacia el centro de la tierra y que están situadas en Madrid, aunque llevan a montones de lugares y épocas pasadas, pero nunca al futuro.
A través de esta serie muchos niños (y mayores) conocerán de una forma amena historia de España. Y muchos mayores seremos niños de nuevo, como en toda historia de aventuras que se precie.
¿Lo mejor de la serie?
La serie tiene dos fuertes, el guión y la ambientación. Esta es la primera serie española en que los cromas y los efectos especiales no dan ganas de llorar. No digo que sean nivel El señor de los Anillos pero son bastante mejores de los que he visto en numerosas series americanas, y eso, con el presupuesto de una cadena pública es todo un logro.
El guión me parece excelente, quizá porque ha logrado conectar con mi «más que especial» humor. Es cotidiano sin caer en el chabacanerismo, es inteligente sin necesitar ser élite para pillarlo. Resumiendo, te ríes. Mucho.
¿Quiénes trabajan en el Ministerio?
Los personajes están mucho mejor dibujados de lo normal, todos tienen secretos, vidas complejas y traumas personales. Del ordenanza a la estricta secretaria, pasando por el jefazo.
El trío protagonista está bastante bien equilibrado. Un soldado de los tercios de Flandes (1570) interpretado por el eterno doctor televisivo Nacho Fresneda ( Hospital central, Victor Ros, Amar es para siempre), la primera mujer universitaria de España (1880) encarnada por la siempre brillante Aura Garrido y un enfermero del Samur de nuestros días que nos trae un Rodolfo Sancho que aún no se sacudió del todo la capa de armiño del rey Fernando el Católico.
Si Aura estuvo divina desde el minuto uno de la serie, he necesitado un par de episodios para ver hacia donde querían llevar el personaje del enfermero Julián, que si en el piloto me pareció un poco demasiado teatral e intenso, en el segundo episodio, una vez superada el inicio hiper-melodramático-lacrimógeno del personaje. En el episodio 2 parece haberse soltado un poco y nos dejó algunos de los momentos más divertidos.
El personaje de Rodolfo Sancho es sin duda la clave de la serie, dado que él es, en palabras de Javier Olivares el creador de la serie, los ojos del espectador. Como acomodados habitantes de la España del Siglo XXI todos tenemos las mismas salidas que Julián y entendemos sus chistes futuristas, que pronunciados en épocas más serias, los hacen aún más deliciosos.
Al que me está costando pillar el punto es a Don Alonso de Entrerríos, al que asimilé en el primer episodio a una especie de algarrobo para un curro Jimenez actual, intentando ser el contrapunto cómico y bruto del personaje protagonista, pero esta idea se me dio la vuelta en el segundo episodio. A pesar de que a Fresneda le veo estupendo en su papel, creo que el personaje todavía no terminó de encontrar su lugar. Veremos si es una decisión previa sobre la evolución del personaje o un titubeo de guión. Espero comerme mis palabras.
Pero aún con este pequeña crítica, Don Alonso me dejó la mejor caída del primer episodio, cuando se quejó amargamente a Julián de no haber sido capaz de hacer nada médico por un herido. Imagino que no fui la única que miró a la pantalla y pensó: “joder Fresneda, con los años que has hecho de médico te dio tiempo a sacarte la carrera, el MIR y la oposición y ¿y no pudiste hacer nada?”
Vale, quizá no fue el mejor chiste, fijo que solo me reí yo. Pero a mí me encantó el guiño.
El reparto lo completan Natalia Millán como la archienemiga del Ministerio, Jaime Blanch como el subsecretario (que creo que oculta algo), Francesca Piñon como Angustias la secretaria-madre de todos, y los supervisores de la patrulla, interpretados por Juan Gea y una (como siempre) soberbia Cayetana Guillen Cuervo que me ganó desde el segundo uno de su aparición con su uimpecable look y su rollo de femme fatale lésbica de los años 30. Si ya cantaba en un cabaret clandestino lo hubiese clavado. Gloriosa.
Mención especial a los secundarios de cada episodio que suelen ser divertidísimos, desde los funcionarios afincados en otra época, como miguel Rellán, a los heavies de la Gran Vía, pasando por el soberbio y sobrado Lope de Vega de Victor Clavijo. Ese cuidado en los detalles es lo que da calidad y nivelazo a una serie.
Una serie de españoles. De funcionarios españoles.
No negaré que me encanta la idea de los viajes en el tiempo, y sobre todo no negaré que me encantan los chistes que hacen los funcionarios, y la forma de reflejar su autentica naturaleza, unos ciudadanos que sacan las cosas adelante más por amor propio que por motivación profesional, dado que están en un país donde son continuamente vilipendiados por la sociedad y maltratados por sus jefes.
La serie es un regalo para los que llevamos años sin poder ver una serie patria con avidez, y nos recuerda las grandes cosas que tenemos en este país, lealtad, orgullo y mucha mala leche. Es una serie que te recuerda momentos dorados de España, no por las conquistas sino por no ir con la cabeza gacha, que crítica sin punidad lo que hemos perdido desde entonces en amor propio y lo que hemos ganado en respecto a las mujeres; muestra una España que me gusta más y nos devuelve, en cierto modo, algo del perdido patriotismo. Vamos, como ganar el mundial, pero sin Iniesta.
Me hace una especial ilusión personal ver la gran calidad de la serie por su creador Javier Olivares, que es un tipo muy simpático con el que comparto tres valores fundamentales: el amor por Doctor Who, la misma forma de pensar respecto a cómo deberían evolucionar las series y el concepto de guionista en este país y sobre todo nuestra devoción por el Atlético de Madrid. No me gusta criticar a gente que sé que trabaja de corazón y me alegra no tener que hacerlo, no por escrúpulos, sino porque realmente merecen los halagos.
Espero que la serie sea un éxito porque es justo lo que España necesita en estos tiempos de crisis, latrocinio político y encogimiento moral. Algo que nos recuerde los valores de España y que lo haga con un chiste, no con un discurso falto de verdad. Porque eso es lo que nos gusta.
Nos vemos en tu serie o en la mía
p.d. Sí, fui yo la que levante la liebre de la aparición de Jordi Hurtado porque lo lei en IMDB, aunque imagino que querían que se propagase. Yo sigo diciendo que debería ser el Ministro, ya que solo él es eterno y conoce todas las épocas sin necesidad de cruzar puertas.
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